martes, 12 de junio de 2007

Cuento: Doctor Zombie Parte II (Final)

(SI TE PERDISTE LA PRIMERA PARTE VE AL FINAL DE ESTE BLOG Y LA ENCONTRARAS)

Con el tiempo perdí a Isabel y jamás volví por ese rumbo. Aún así nunca olvide el rostro de uno de ellos. Era el mismo rostro que vi en la mañana pero que en apenas dos años habría envejecido más que un dinosaurio. Estaba seguro de que era la misma persona sin embargo no dejé de preguntarme que le habría pasado para llegar a estar tan reducido. Quizás la respuesta estaba en alguna de tantas drogas y sustancias extrañas que existen hoy en día.
Al final de mi jornada diaria, caminé a casa con tantas interrogantes y sorprendido por aquel extraño encuentro. Me sobresaltó la marea de gente que rodeaba la casa de doña Mercedes. Su nieto había fallecido después de una repentina enfermedad. Me detuve a dar el pésame y conversé por un rato con los vecinos. Todos se preguntaban que le había pasado a Máximo. Después de estar unos días desaparecido lo encontraron deambulando por las calles solitarias del pueblo de Azua. Unos dicen que fue por los golpes que le dieron porque -No era muchacho fácil-. Muchos lo habían visto robándose cositas en el colmado, quitándole dinero al limpiabotas y orinándose en los hábitos tendidos del seminario. No importa quien fuera Máximo, una muerte es una muerte.
Otra mañana llena de ruidos llegó y me preguntaba cuál seria el tema de discusión de los citadinos. Ya nadie hablaba de la policía, de ejecuciones ni nada de eso. De repente ese tema se enfrió o la policía cambio su “modus operandi”. De cualquier manera ya no se hablaba de sus muertos. El tema nuevo era la gran cantidad de desquiciados que merodeaban por todas partes. Unos decían que era la locura del nuevo milenio, otros que el fin estaba cerca. El periódico tenia su versión y esta vez enfilaba su artillería contra el director del hospital psiquiátrico. Al parecer se estaban escapando los “locos”. El director se defendía diciendo que el solo tenia “1,200 locos” y que todos estaban allí. No me hubiese interesado la noticia de no ser por el conversador de turno. Ya en la guagua me contó de un reconocido violador que había estado preso como un millón de veces y que lo habían encontrado caminando sin rumbo y con cara de muerto por la autopista Duarte, cerca de Bonao hace unos días. Parece que la demencia estaba de moda. Mi compueblano cerro su sorprendente comentario diciendo que era una droga “rara” que le habían puesto al tipo para volverlo loco. ¿Era acaso posible esto?. Recordé repentinamente el malhechor de aquella mañana, el también se había convertido en un desquiciado. De alguna forma estas historias se parecían y no me lucia que fuera coincidencia.
Esa misma tarde recibí una llamada urgente de mi casa. Sandra, mi hermana menor trataba de consolar a mi madre que lloraba sin cesar. Un ladronzuelo, una sabandija, una rata de patio, se había colado en la casa tratando de robar alguna tontería. Le toco a la vieja sorprenderle y llevar la peor parte. Corrí a casa a toda velocidad para encontrarme el esperado cuadro que no quería ver. Mi santa madre sufrió un paro y la llevaban de brazos corriendo al hospital Darío Contreras. Recé, lloré y sufrí por dentro mientras me contaban como había sucedido todo. Piki, un reconocido bandido del barrio vecino se le ocurrió entrar en mi casa a buscar suerte. No encontró mas que a una lánguida mujer de 55 años y con un corazón frágil. El muy desgraciado forcejeo con ella tirándole al piso y huyendo despavorido entre los callejones y techos. Muchos lo vieron y me dijeron que era el tal Piki. Era este maldito el azote de turno.
Las horas mas largas de mi vida las pase en el estrecho salón de espera mientras atendían a la vieja. Me mordí los labios pensando lo peor. La tristeza y la rabia que sentía se mezclaban haciéndome temblar y sudar desesperadamente. Los latidos me explotaban los oídos y podía sentir mi corazón saliendo entre mis costillas. -Si se muere ya verás lo que pasará con ese pendejo!-. -Cualquiera que fuera el desenlace había que dejarlo a la policía- me advertía mi tío Gonzalo.
Rozando el alba ocurrió lo inevitable. Se desprendió el último hilo, las palomas que merodeaban en el patio volaron despavoridas y el cielo cambió de rojizo a gris. Mi lamento se escuchó hasta en el infinito y no me quedaron fuerzas por muchos días. Yace Maria Altagracia Vásquez en el campo santo de San Isidro y ahora descansa en paz.
En esos días no me interesé por los temas de los citadinos. Yo tenía mi propio tema. ¿Qué haríamos con Piki?, ¿Qué decía la policía?. Mi tío Gonzalo me repetía -Que todo estaba en manos de Dios en el cielo y de la policía en la tierra-. Aún así percibí en su mirada que me guardaba algo; que no todo estaba dicho.
Conocido el sospechoso y su paradero, al fin fue capturado. Se me ocurrió pensar que Piki debía morir aunque estuviese preso y le condenaran por mil años. Las cosas estaban muy calientes, nadie quería escuchar sobre cualquier asunto que pareciera una ejecución. Tío Gonzalo me hizo entender que la muerte de PIKI no era lo más conveniente. La violencia trae más violencia. Fue entonces cuando me dió un pedazo de papel con un número telefónico y un nombre: “Teniente Francisco”. Me dijo mucho con su mirada mas no abrió la boca. Corrí y llamé a este número sin pensarlo, sin ideas ni nada. –Le llamo de parte de Gonzalo.-Le dije, a lo que respondió:-Si, anote este número y pregunte por Leonor, dígale que es de parte mía-Llamé de inmediato a Leonor que con voz pausada y sin prisa me dijo:-Es usted quien quiere ver al doctor?- Le respondí que si atando ya los cabos que me faltaban. Pacientemente me dió una dirección y el nombre “Doctor Braulio Ulloa”.
No esperé ni un escaso segundo para salir en busca del doctor. No le dije jamás a nadie hacia donde me dirigía. Me sentía alucinado por todo aquello pero aún así me dejé llevar y no paré de correr. Buscaba justicia pero a la vez redención. Debía ser cauteloso porque una muerte no se paga con otra muerte, la violencia trae mas violencia. Con todo esto tenía la corazonada de que encontraría una solución.
Llegué deprisa y me aproximé a su puerta. Pulsé el botón del timbre y escuché la campana resonar con firmeza. Cuando se abrió la puerta vi a un hombre blanco de mediana estatura y de unos 60 y pico de años. Era de presencia apacible y lucia una guayabera de lino. Por un momento me congelé pero pude hablar y decirle:-¿Es usted Braulio Ulloa?- Inmediatamente y con voz suave me respondió que sí. Seguido le comuniqué que venia de parte de Leonor. Me extendió la mano y me invitó a pasar diciendo:- Pase y póngase cómodo señor Venganza-A lo que respondí:- Muchas gracias doctor Zombie.

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